MIS NOTAS AL AIRE
Salvador Anaya García
LA CONCIENCIA COMO UN CENTINELA INTERIOR
En la famosa novela de Johanna Spyri, “Heidi”, la abuela de Clara interviene en varios momentos con observaciones y enseñanzas que conservan su validez también en nuestros días. Una se refiere a ese gran don que Dios nos ha dado: la conciencia.
Hacia el final de la novela, los hechos se arremolinan. De modo especial, destaca esa misteriosa rabia que surge en Pedro, el cabrero amigo de Heidi y celoso hacia quienes impiden a su amiga, según él, estar a su lado.
Llevado por esa rabia, Pedro aprovecha un momento en el que nadie le ve para tirar la silla de ruedas que sirve a Clara, la niña de ciudad que es incapaz de permanecer en pie por sí misma.
Después de este acto, Pedro experimenta terror ante la idea de que pueda ser descubierto.
Al poco tiempo, y de modo sorprendente, Clara refuerza sus piernas y un día empieza a caminar cada vez mejor.
Varios días después, llegan el padre y la abuela de Clara a la casa del Viejo de los Alpes, y descubren llenos de alegría la mejoría de la niña antes inválida.
La abuela percibe la angustia en el rostro de Pedro, intuye lo que ha pasado, y le ofrece unas palabras llenas de cariño y sabiduría. He aquí el texto:
“¡Vamos, muchacho! (…) ¿Fuiste tú el que precipitaste el sillón desde lo alto de la montaña? Esto es una mala acción, bien lo sabes, así como tampoco ignoras que mereces ser castigado. Has tenido que hacer lo imposible, a fin de que nadie se enterara de tu acción.
Pero suponer que una mala acción puede permanecer oculta es un error. Dios lo ve y lo sabe todo. Cuando se da cuenta de que alguien quiere ocultar su mala acción, hace que en su corazón despierte el centinela que Él ha colocado allí, y que permanece dormido hasta que se hace el mal. El pequeño centinela tiene en la mano una aguja y pincha sin cesar en el corazón del que no ha obrado bien, no dándole un instante de reposo. Su voz lo tortura también diciéndole constantemente: Van a descubrirte y te castigarán. Y el malo, debatiéndose entre el temor y la angustia, no puede vivir en paz. ¿No es esto lo que te ha sucedido a ti, Pedro?”
Así funciona la conciencia, ese centinela interior que nos avisa para que no cometamos el mal; y que denuncia, con esa experiencia del remordimiento, cuando lo hemos cometido.
La conciencia, una vez escuchada de modo adecuado, se convierte en un hermoso aliado que nos permite orientar la vida hacia el bien, al apartarnos del mal y al impulsarnos al arrepentimiento que cura los pecados cometidos.
Tras otras explicaciones de la abuela de Clara a Pedro, al final añade esta última exhortación:
“Cada vez que sientas la tentación de hacer algo, piensa en el pequeño centinela que llevas dentro del corazón con su aguja afilada y su voz terrible. ¿Te acordarás siempre?”
Dios nos ha dejado un centinela interior, la conciencia. Con su voz, ese centinela nos ayuda a apartarnos del mal, a reconocer ese mal cuando lo hemos cometido, a arrepentirnos y buscar repararlo.
Sobre todo, con esa voz nos impulsa a orientar nuestra vida hacia el bien, para dedicar lo mejor de nuestro tiempo y energías a lo más hermoso que podamos imaginar: el amor a Dios y al prójimo.
A nuestro corazón llegan ideas, comentarios, noticias, lecturas, emociones, alabanzas, críticas, problemas, soluciones, proyectos y miedos.
La lista de “eventos” es enorme. Muchos entran y pasan con cierta velocidad. Otros permanecen, producen huellas más intensas en nuestro mundo interior.
Aquello que llevamos más dentro, que conservamos durante horas, días, incluso años, genera amargura o paz, rabia o perdón, impulsos al bien o parálisis que asfixian.
Un pequeño examen interior, de vez en cuando, nos ayudaría a reconocer qué entra y qué sale, cuáles son los hechos que más nos preocupan, cuáles producen una inmensa paz interior.
No siempre podemos controlar qué entra y qué no entra en lo más íntimo de nuestras almas. Pero en ocasiones sí podemos poner filtros para que lo malo no nos destruya y para que lo bueno nos estimule sanamente.
Esos filtros, por ejemplo, harían más fácil ver lo relativo como relativo, para no dar importancia a lo que no la tiene, o para no sufrir por aquello que no podemos remediar.
Al mismo tiempo, esos filtros darían más atención y acogerían señales de bondad que hay a nuestro alrededor, sobre todo las que vienen de Dios y de personas que buscan ayudarnos en tantos momentos de la vida.
Llega la noche. Una noticia dejó una extraña tristeza en mi alma, pues nunca imaginé que alguien a quien llamaba amigo hubiera podido actuar de esa manera.
Pero también recuerdo que hace casi 2000 años el Hijo de Dios se hizo Hombre para ofrecer su perdón, para levantar a los caídos, para enseñarnos a descubrir que Su Padre es también Padre nuestro.
Una gran esperanza alegra mi corazón y me impulsa a nuevas metas de belleza, verdad, justicia. Dentro de mí ha quedado una semilla de dulzura y de bondad que es capaz de curar heridas y de promover esa caridad que Cristo ofreció a todos los que quisieran acogerlo…