MENSAJE DOMINICAL
Pbro. Vicente Girarte Martínez
El Padre nos conoce a todos
El principal instrumento para construir la comunidad cristiana es la predicación de la Palabra. Así lo podemos ver en la lectura de los Hechos de los Apóstoles donde se nos relata parte del primer viaje apostólico de Pablo. Cuando llegan a una ciudad, comienzan predicando en la sinagoga y luego predican a toda la ciudad. El fruto de esa predicación es la creación de una comunidad. Aunque, según la lectura, Pablo y Bernabé son expulsados de la ciudad, los discípulos quedan llenos de alegría y de Espíritu Santo.
Consecuencia de esa predicación es la gran muchedumbre que compone la Iglesia. La visión del Apocalipsis en la segunda lectura nos hace contemplar esa reunión magnífica de todos los creyentes a lo largo de todos los tiempos. Están juntos ante el trono del Cordero. Son los que han pasado por la gran tribulación. Ahora, vestidos de blanco, alaban a Dios. Ya no pasan hambre ni sed porque están, por fin, en la casa del Padre. Como dice la lectura usando una expresión llena de ternura: “Dios enjugará las lágrimas de sus ojos”.
Pero el Evangelio nos habla de una realidad que es más importante que la predicación. Si la comunidad cristiana nace de la predicación de la Palabra, esa predicación no es más que el instrumento que nos abre los ojos a otra realidad más profunda. La verdad, la más importante verdad de nuestras vidas, es que somos familia de Dios. Para usar la comparación que nos ofrece Jesús, somos ovejas del rebaño del Padre. Hay una relación especial de conocimiento, de ternura, de amor, entre el Padre y Jesús y cada una de las ovejas. Tanto que, según dice Jesús, nadie puede arrebatar las ovejas de la mano del Padre.
Así es como las lecturas de hoy nos sitúan frente al auténtico fundamento de la comunidad cristiana. Lo que nos hace cristianos no es la predicación. No somos cristianos porque oímos predicar al padre X y nos gustó cómo hablaba. Somos cristianos porque, oyendo al padre X, nos dimos cuenta de que hay una relación especial entre Dios Padre y cada uno de nosotros. Que el amor de Dios está con nosotros. Que formamos parte de la familia de Dios y que éste nunca nos va a dejar de su mano. La predicación, del padre X o del catequista Z, no es más que un instrumento del que Dios se sirve para hacernos ver la realidad más importante de nuestras vidas: que él nos sostiene en su mano y nos cuida con inmenso amor. Y que nadie nos podrá quitar de ese lugar. Ahí, en esa relación personal, es donde tiene su más auténtico fundamento la comunidad cristiana.
Para la reflexión
¿Depende mi participación en la comunidad de la presencia de un determinado sacerdote o de determinadas personas? ¿Soy consciente del amor personal con que Dios me ama? ¿Me doy cuenta de que Dios ama a los otros de la comunidad con el mismo amor? ¿Me relaciono con los demás sabiendo que todos, sin excepción, formamos parte de la familia de Dios?