Procesos Electorales y Plataformas Digitales: Lecciones por Aprender
Gonzalo Rojon
El desarrollo tecnológico e informático en el mundo ha trastocado el ámbito de los procesos democráticos. Las elecciones no son la excepción, especialmente cuando las campañas políticas y los mecanismos de votación tienden a ser caros.
Tan sólo el costo de las elecciones del año 2018 ascendió a más de 28 mil millones de pesos, las más caras de en la historia de México. Considerando esto, el aprovechamiento de herramientas informáticas o digitales se vuelve una alternativa atractiva desde el punto de vista económico.
¿Esto es del todo cierto? ¿habrá otros costos no económicos que no se estén considerando? Dos eventos de la historia electoral en Estados Unidos nos ayudarán a reflexionar mejor.
El primero de ellos, el más reciente, fue el uso de una aplicación móvil para recolectar los resultados de la elección primaria del Partido Demócrata en Iowa. El deficiente funcionamiento de la plataforma provocó demoras en la entrega de resultados y, consecuentemente, detonó cuestionamientos en redes sociales (no del todo fundamentados) sobre la veracidad del proceso y su posible hackeo.
Si bien los problemas de funcionamiento de la aplicación fueron consecuencia de la falta de un periodo de prueba para la misma, también se reportó que muchos usuarios no sabían cómo descargarla o que la intermitencia de la red móvil impedía acceder o descargar la plataforma, lo cual demuestra que aún no se cuenta con todos los elementos para dar el paso hacia el voto electrónico.
El segundo evento deriva del proceso electoral estadounidense de 2016. Miembros del Partido Demócrata, en repetidas ocasiones, han argumentado el uso indebido de las redes sociales y la propagación de noticias falsas para distorsionar el resultado de la elección que terminaría ganando Donald Trump.
La respuesta de Facebook y Twitter ha consistido en crear mecanismos de seguridad para evitar la difusión de contenido que pudiera tener un efecto indeseable en el resultado de procesos electorales, aunque estos no necesariamente han sido cien por ciento satisfactorios para los demócratas.
Las denuncias de los demócratas son razonables. Es posible utilizar estas plataformas para difundir información falsa u obtener microdatos de los ciudadanos de manera indebida. Sin embargo, al mismo tiempo, son inevitables en los procesos electorales; de no usarlas, los partidos políticos dejarían ir la oportunidad de ser más competitivos ya que estas plataformas permiten alcanzar audiencias de magnitud considerable y facilitan la comprensión de las preferencias del votante, permitiendo un diseño de campañas más a la medida del elector.
Estas discusiones no se encuentran acabadas; sin embargo, constituyen lecciones importantes para México. Es deseable una transición digital que minimice el costo económico de las elecciones e incremente la competitividad de los partidos políticos, pero deben darse en un contexto de protección ante posibles amenazas que puedan distorsionar los resultados democráticos. Asimismo, se debe hacer una reflexión sobre el voto electrónico tomando en cuenta la calidad de las redes de telecomunicaciones y las habilidades digitales de la ciudadanía.