MENSAJE DOMINICAL
Pbro. Vicente Girarte Martínez
EL CONTEXTO DE LA PRIMERA LECTURA
Comenzamos con la primera lectura.
El pueblo de Dios pasó un largo periodo de exilio en Babilonia. Cuando por fin consiguen regresar a su tierra, toca reconstruir el país. Pero no todos están de acuerdo en cómo hay que hacerlo. Unos cuantos, entre los que se encuentran las autoridades religiosas, optaban por centrarse en las instituciones: había que levantar un Templo grandioso, rehacer el ejército, exigir el cumplimiento de las leyes, tradiciones y costumbres y la pureza de la raza.
Otros, como Isaías, que hemos leído hoy, apostaban por una reconstrucción basada en valores pluralistas, universales y ecuménicos, donde lo fundamental no fueran tanto los ritos o las construcciones majestuosas… sino guardar el derecho y practicar la justicia y mantener la Alianza: «Observad el derecho, practicad la justicia… porque va a llegar mi salvación». O sea: ¡la salvación de Dios se identifica con la justicia!
Históricamente se impuso la primera opción, el nacionalismo extremo: se reconstruyó el Templo, se expulsó de la comunidad judía a los samaritanos por considerarlos herejes, y otras medidas excluyentes que algunos líderes y gran parte del pueblo aplaudieron en ese momento.
Esto suponía que sólo se consideraban «ciudadanos con derechos» a los que encajaban en el retrato de «judío» perfecto, tal como la habían diseñado sus dirigentes políticos y religiosos: Acceder al Templo con todas sus condiciones y reglas, y relacionarse con Dios (en cuyo nombre se tomaban todas estas decisiones) era ser ciudadanos de primera clase. Todos los demás, estaban dejados de la mano de Dios y no eran dignos de ser tenidos en cuenta («perros»). Tanto que, cuando se hablaba del primer mandamiento de la Ley de Dios, se ponía en duda si había que considerar «prójimos» a todos esos que se quedaban «fuera» del judío «de raza» y perfecto cumplidor de la Ley.
EL CONTEXTO ACTUAL
Llevar todo esto a nuestro contexto actual no es muy difícil. Tanto en perspectiva social, como eclesial.
La crisis económica en la que estamos inmersos, como consecuencia de la pandemia… nos ha dejado tan descolocados, asustados, polarizados, y afectados como aquel exilio que sufrió Israel. Y también es urgente reconstruir, regenerar, rehacer, revisar (y otras muchas palabras que empiezan por «re»)… Y hoy como entonces también hay diversas opciones y tendencias sobre el cómo salir adelante… Algunos dicen que hay que priorizar la economía, y para ello hay que«recortar» ayudas y sueldos, «reducir» pensiones y personal, privatizar… Y«repatriar», a los más débiles, y pobres, porque «no hay para todos»… Sin embargo, de sobresueldos, de incontables consejeros, de adjudicaciones a dedo, de corrupciones y negocios a cuenta de lo que está pasando, parece algo incuestioable, a la vez que bastante generalizado.
Otros dicen que es una ocasión estupenda para corregir tantas cosas que estaban «tapadas» o «felizmente ignoradas», hasta que el cornavirus las ha dejado al descubierto. Y habría que empezar por atender a los que lo pasan peor, evitar la explotación de tantos temporeros y trabajadores de nivel bajo, cambiar este estilo de vida consumista que está destruyendo la naturaleza y facilitando la difusión de virus y plagas, el ingreso mínimo vital, los parados de larga duración…
Yo no soy economista ni político, y no voy a entrar a hacer valoraciones discutibles. Pero sí considero importante invitar a los cristianos que tienen conocimientos y recursos a no dejarse enredar por las «desinformaciones» políticas y económicas… y a priorizar el «derecho y la justicia», como ha indicado Isaías, exigir responsabilidades, denunciar corrupciones, alejarse de los que pretenden salvarse ellos solos y lo suyo, aunque a tantos otros les vaya muy mal. Esto es lo humano y lo cristiano. No puede haber tantos que tienen que conformarse con las «migajas» que caen de nuestras mesas… cuando a menudo estamos aprovechándonos de sus recursos naturales, vendiéndoles armas, ofreciendo crçeditos con intereses desmedidos, pagándoles en negro y sin contratos, desmantelando lo social en beneficio de las privatizaciones…
En cuanto a la Iglesia…. también se ha visto envuelta en un montón de cambios vertiginosos en los últimos siglos, en tantos ámbitos: culturales, tecnológicos, científicos, políticos, éticos….ante los que a menudo no ha sabido reaccionar suficientemente, y que la han hecho perder prestigio y relevancia…
A mediados del siglo pasado, la Iglesia se convocó a sí misma para revisarse, abrir puertas y ventanas, y dialogar con el mundo, «ponerse al día», estar más cerca del hombre, de sus gozos, esperanzas y sufrimientos, a discernir los signos de los tiempos Varticano II)…
Pero una parte de esa Iglesia pensó (y piensa) que son los demás los que tienen que adaptarse, convertirse y volver, que no hay nada que cambiar, que sobran las voces discordantes que rompen con la «tradición» (con minúsculas, porque lo que no es esencial al Evangelio y a la fe -Tradición-, no tiene por qué mantenerse a toda costa). Para no perderse conviene cerrar filas y mantenerse firmes (cuando no «rígidos»)… sin adaptaciones ni reformas.
CONSECUENCIAS Y RETOS
En distintos momentos de la historia de Israel (ya lo hemos comentado antes) y de la Iglesia, se ha optado por la opción de cerrar filas, cuidar la ortodoxia, subrayar los signos de identidad… El tiempo ha mostrado que todo esto no sirvió más que para alargar la crisis. Y al final tuvieron que llegar los cambios, las nuevas visiones, los nuevos caminos.
Lo que hoy parece urgente y necesario es dialogar en todos los ámbitos y escuchar todas las voces. Como nos ha enseñado esta pandemia: «o nos salvamos todos juntos, o no se salva nadie». Me parece que viene al caso la oración de Jesús en su Última Cena: “Padre, no te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal” (Jn. 17,15). Somos y debemos ser parte de este mundo, mojarnos y caminar con él, aportar humildemente lo que sepamos y podamos, tender puentes, unir fuerzas… La Iglesia nunca debe dejar de ser casa abierta, lugar de encuentro, espacio de acogida, servicio de comunión y diálogo, de atención a los descartados y sufrientes. Lo suyo (lo nuestro) son más las propuestas positivas, la justicia y el derecho, la multiculturalidad, que las descalificaciones y condenas (y menos aún las alianzas con el poder)… Una Iglesia «más humilde y evangélica», como tantas veces pide el Papa Francisco, para que algún día “todos los pueblos puedan llamarla y reconocerla como su propia casa”. Una Iglesia que no ofrezca «migajas», porque si hay un solo Padre de todos, «el pan de los hijos» ha de llegar a todos los hijos. Ni pretenda quitarse de encima (ni consentir que otros lo hagan) a los que «molestan» y gritan y sufren, como aquella mujer Siria, sino que reconozca y acoja y celebre la fe de los más sencillos, incluidos los paganos/inmigrantes (así tuvo que hacerlo el mismo Jesús, y de ese modo se ensanchó su horizonte misionero, más allá de «las ovejas de Israel»). ¡Los pobres tantas veces nos tiran abajo nuestras seguridades, esquemas y programas! No consta que aquella mujer guardara las tradiciones judías, o que fuera al Templo, o… Sólo un dolor de madre y la fe/confianza en que Jesús podía ayudarla. Y ayudar a identificar y echar lejos a tantos demonios que se nos cuelan dentro y nos destruyen a todos. Para ello habremos de contar con nuestra fe, nuestra misericordia, nuestra solidaridad, confiando e insistiendo al Señor para que nos salve: ¡Señor, ayúdame, ayúdanos!
La renovada conciencia de la dignidad de todo ser humano tiene serias implicaciones sociales, económicas y políticas, porque el creyente, al contemplar al prójimo como un hermano y no como un extraño, lo mira con compasión y empatía, no con desprecio o enemistad. Y contemplando el mundo a la luz de la fe, se esfuerza por desarrollar, con la ayuda de la gracia, su creatividad y su entusiasmo para resolver los dramas de la historia. (Papa Francisco, 5/08/’20)