Comentario al Evangelio del domingo, 8 de noviembre de 2020

ELOGIO DE LA SABIDURÍA Y EL ACEITE

¡Ojalá mis méritos fueran tan abundantes que mi lámpara ardiera sin cesar, durante la noche, en el templo de mi Señor, e iluminara a cuantos penetran en la casa de mi Dios!  Concédeme, Señor, te lo suplico en nombre de Jesucristo, tu Hijo y mi Dios, un amor que nunca mengüe, para que con él brille siempre mi lámpara y no se apague nunca y sus llamas sean para mí fuego ardiente y para los demás luz brillante. (San Columbano)

Podríamos titular la primera lectura de hoy: «Elogio de la Sabiduría», así, con mayúsculas, la Sabiduría de Dios. El Libro es de los más recientes del Antiguo Testamento, y fue escrito en y para tiempos de confusión: los que llegaron de la mano de Alejandro Magno y la cultura helenista. Cuando se tambalean seguridades, cuando se presenta el desconcierto, cuando no se sabe cómo reaccionar, cuando se presenta la crisis, los sabios de Israel intentan abrir caminos, dialogar con las circunstancias históricas, mantener la esperanza y la resistencia, partiendo de que Dios siempre está presente en la vida del pueblo, en los acontecimientos de ayer y de hoy… y en él hay que encontrar la luz para caminar juntos hacia adelante. No es difícil darse cuenta de su importancia para nuestros tiempos convulsos, que también traen una nueva época, una nueva cultura, una nueva economía, unas relaciones nuevas… desde hace ya tiempo, pero aceleradas ahora por el COVID-19 Y… ¿De qué «Radiante Sabiduría» nos hablan los autores de este Libro?

– Sabiduría significa “equilibrio” y armonía.

– Saber conjugar el corazón y la cabeza.

– Aprender de las experiencias que vamos acumulando, pero sin perder la capacidad de asombrarse, porque la vida siempre es nueva y distinta.

– Hacerse conscientes de las propias posibilidades, pero también reconocer humildemente los límites.

– Quietud para verlo todo despacio, pero inquietud para no quedarse atascados.

– Pasión por la verdad y tolerancia… Porque los bulos y polarizaciones no son caminos sabios

– Interés por los otros, por lo que ocurre alrededor. La Sabiduría no se encierra ni aísla en una burbuja, ni mira para otro lado

– Valorar la tradición, lo que es esencial e irrenunciable… y apertura a lo nuevo, porque podemos necesitar nuevas respuestas, iniciativas, cambios

– Realismo, pero también utopía, sueños… pero con los pies en el suelo

– Estar dispuestos a poner en cuestión y cuestionar nuestras creencias

– Sabe compaginar la oración con la acción, y la fe con la vida

– Sabe permanecer a solas, lo necesita, lo busca, pero sin renunciar a las relaciones profundas con los demás, con los otros, con los distintos…

Dice el texto bíblico que “la sabiduría se deja encontrar” y sale al encuentro de los que la buscan ardientemente. Pide sólo ser acogida, dejarla entrar por las puertas de tu vida. Se te ofrece, y está esperando que quieras contar con ella. Pero se encuentra “en los caminos”, no solo ni principalmente en los libros, en las universidades y entre los intelectuales… Hay que salir a la calle, porque “se encuentra a la puerta de la casa”.

En la calle encontraremos realidades muy distintas: un científico, un pensador, un profesional… o un analfabeto, un pobre, un enfermo… Pues cualquier encuentro debiera convertirse en una escuela de sabiduría. Todos pueden enseñarme algo, todos tienen su parte de sabiduría, porque Dios está presente en todos ellos, si bien, de distintas maneras. Pero es necesario renunciar a los prejuicios, a las ideologías, a las seguridades tajantes y ponerse en clave de escucha, de acogida, de encuentro…

Solamente en la paz, en la interioridad, en el silencio pueden encontrarse y dialogar los polos opuestos o distintos. Una tiempo de meditación, un cuadro contemplado con calma, un paisaje del que se disfruta, un paseo tranquilo, un rato en la montaña o en un parque, una conversación con un anciano o un enfermo, una lectura reposada de la prensa, una frase escogida de un libro, o escuchada al vuelo mientras viajamos en el metro, unas palabras de una homilía, o una frase encontrada de la Escritura….

No hacen falta lugares muy especiales para todo esto: Puede servirte el claustro de un monasterio o la aburrida cola delante de una ventanilla, en una esquina de la calle, o en la sala de espera del médico, mientras conduces por la carretera, o tomas un café con alguien con una conversación que merezca la pena… Aunque es cierto que algunos espacios nos favorecen una mayor concentración y serenidad. Pero no siempre los tenemos a mano.

Para que la Sabiduría nos encuentre y seduzca hace falta detenerse, reflexionar, reorganizar las ideas, mirar en lugar de ver, escuchar en vez de oír, sentir más que tocar, reflexionar en lugar de indigestarse de palabras, noticias, videos, mensajes…

Hay quienes nos ayudan con sus escritos, reflexiones y declaraciones honestas, en libros, prensa, entrevistas… Me parecen especialmente relevantes y valiosas las aportaciones que vienen haciendo el Papa Francisc o sobre diversos temas, ofreciendo caminos nuevos, invitando a la conversión, al cambio, a la búsqueda.

Esta sabiduría tiene mucho que ver con el Evangelio de hoy. A las jóvenes que se quedan sin aceite se las llama “necias” (es decir, que no tienen conocimiento, sabiduría), como también Mateo llama «necio» al que construye su casa sobre arena y no sobre la Roca de la Palabra. No tienen nada que aportar a la fiesta del Reino, se quedaron sin “aceite” para sus lámparas. No fueron «prudentes/sagaces» como las otras. Y además la Sabiduría que uno aprende y aplica a su vida… no es trasferible, no se puede compartir. Porque la vida que uno edifica es de uno mismo: sobre arena, sobre roca, con aceite, sin él…

Todos hemos recibido una lámpara llena de aceite. El aceite tiene que ver con «consagración». Se utilizaba en la antigüedad para encomendar a alguien una tarea importante (sacerdotes, reyes y profetas): Todos fuimos untados (ungidos) con aceite en el día de nuestro bautismo. Dios nos estaba encomendando una tarea para la que necesitábamos estar preparados. Porque habrá que luchar contra tantas dificultades, contra la Sabiduría de este Mundo. También eso significa el aceite: dispuestos a combatir, como nos explica San Pablo en sus Cartas.

El aceite es también un símbolo de Espíritu (Confirmación): el que Dios ha puesto en el corazón para que vivamos de otra manera, para que hagamos el mundo distinto. Un Espíritu que multiplica con nosotros sus dones: “paz, alegría, acogida, sabiduría, equilibrio, autocontrol”… Sí, también la Sabiduría es un Don del Espíritu que pediremos continuamente en nuestra oración: «Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro, mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento…» (Secuencia de Pentecostés). Cuando falta el Espíritu sólo quedan hombres y mujeres necios. Y parece que hoy se multiplican… cuando más falta hace la sabiduría.

Entonces… ¿Por qué no nos ponemos a buscar/acoger la Sabiduría, a poner un poco de aceite de ese que recibimos en el bautismo en cada encuentro, en cada actividad, en cada momento del día, en cada oscuridad, en cada tristeza. Un poco de nuestra luz en medio de una negra noche se ve muchísimo y brillará lo suficiente para sortear muchos obstáculos y no tropezar. Velad, no dejéis que se os apague u os  apaguen vuestra vela… hasta que nos llegue la LUZ.

Quique Martínez de la Lama-Noriega. cmf

Imagen de José María Morillo

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