NICODEMO FUE A VER A JESUS DE NOCHE
Meditación orante
• Habla Jesús:
Vino a verme un doctor de la ley, que ocupa un escaño en el Sanhedrín. Se llama Nicodemo. Viene hasta Betania de noche.
Precisamente de noche dio comienzo la historia de la salvación del pueblo esclavo en Egipto, con una cena.
La noche era el tiempo más adecuado -según la tradición judía- para estudiar la Ley.
De noche muchos hombres y mujeres dejan su casa para distraerse, para divertirse, para encontrarse, para romper la monotonía… No siempre lo consiguen.
De noche, miles de samaritanas venden sus cuerpos junto a sus pozos vacíos, luchando por no perder del todo su dignidad. Casi nunca lo logran.
De noche, muchos padres y madres se mueven inquietos y desvelados en sus camas, preocupados por sus hijos que salieron de casa, para saber cuándo vuelven…
Pero es más dura la noche interior.
Es de noche cuando se nos muere alguien que nos importa, como mi amigo Lázaro, o mi padre José.
Es de noche cuando hay que tomar decisiones difíciles en solitario, como me ocurriría en el Huerto de los Olivos.
Es de noche cuando un buen amigo, como Judas, te la juega.
Es de noche cuando nada de lo que hacemos o proyectamos… termina de llenarnos el corazón.
De noche, miles de personas anónimas buscan una luz para sus vidas, una verdad para caminar, un sentido para vivir, una esperanza en que apoyarse. Llevan dentro la noche. Sin saberlo, buscan a Dios.
• Como Nicodemo. Es un buscador, un corazón inquieto que no se conforma con su oscuridad. Y viene a verme de noche, como es de noche dentro de él. Brilla la blancura de su túnica mientras camino a su lado y apenas alcanzo a ver sus ojos. Le da vergüenza que alguien se entere de que ha venido a buscarme.
Caminamos largo rato en silencio. Escucho el latido del corazón de aquel hombre justo, pero extraviado. Se esconde detrás de la noche, y sus preguntas todavía no se atreven a salir. Busco sus ojos, porque he visto lo que hay en su corazón y quiero que lo deje salir para que pueda entrarle la luz de una mañana nueva.
• “Maestro -me dice por fin- nos han llegado voces de Galilea que hablan de ti, de los signos prodigiosos que realizas.
Te he visto esta mañana en el Templo y he escuchado tus palabras. Sé que tú vienes de Dios. ¿Quién puede decir las cosas que tú dices, o hacer las cosas que tú haces si Dios no está con él? ¿Pero cuál es, o dónde está ese reino que tú vas anunciando?”
• De momento no respondo a su pregunta. Prefiero hacerle una invitación:
– Nicodemo, yo te digo que el reino de Dios está en medio de nosotros, ya del todo al descubierto. Pero nadie lo puede ver si no nace de nuevo.
– ¿Cómo puede renacer el hombre siendo ya viejo?, me pregunta asombrado. Es imposible que vuelva a entrar en el vientre de su madre y nacer de nuevo.
– ¡Los razonamientos de los hombres! ¡Qué lógicos son nuestros razonamientos! Todo lo clasifican, lo ordenan, ponen reglas, sacan conclusiones para todas las ocasiones, y con ello levantan un muro donde el misterio, la sorpresa, la novedad de Dios no les cabe.
No es razonable el amor de Dios.
No es razonable su Hijo se haya hecho hombre.
No es razonable que ame tanto a los hombres, que les entregue a su único Hijo.
No es razonable que el Hijo de Dios termine elevado en una cruz.
Y no es razonable que, a pesar e todo, les perdone.
En el fondo, tiene miedo a pisar terrenos desconocidos, que no controla, no tiene ganas de atravesar sus tinieblas y se escuda con sus razonamientos… Este visitante nocturno cree que lo sabe todo sobre Dios, lo tiene “etiquetado”. Está convencido de que con sus rezos, sus prácticas religiosas, con cumplir la Ley y todos sus mandamientos, ya está todo hecho. Es lo que aprendió desde pequeño. Y por eso se ha estancado. Le falta dejarse llevar por el Espíritu, por el amor, por la novedad de Dios, que hace siempre nuevas todas las cosas, y dejarse de tantas leyes y cumplimientos.
• – Nicodemo, Nicodemo, no te escondas. Yo estoy lleno del Espíritu del Señor,
que es todo luz, y tengo que denunciar a Israel sus errores, todas sus deformaciones, todos sus prejuicios, todas sus culpas.
El Espíritu me empuja a estar cerca de los pobres, de los esclavos, de los prisioneros, de los ciegos, de los enfermos… Me empuja a crear fraternidad, acoger, amar. He venido para traer la fraternidad y la amistad del Padre para ti, Nicodemo, para nuestro pueblo, para los hombres de todas las naciones…
Le oigo murmurar: “¿Cómo puede ser eso?”. Sigue encerrado en sus seguridades, parece incapaz de abrirse a la verdad, de mirarse sinceramente, de reconocer que está buscando, que siente dentro un vacío.
• – No te extrañes de que te haya dicho que tenéis que nacer de nuevo. Que tenéis que renovar totalmente el corazón, las ideas, el estilo de vida, vuestra relación con Dios. ¿No recuerdas lo que decía el profeta Ezequiel:
«Os rociaré con agua pura y seréis purificados,
os daré un corazón nuevo, pondré en vosotros un espíritu nuevo?»
Necesitas comprender que Dios es rico en misericordia y que quiere levantar y sacar al hombre de sus pecados, de sus violencias, de su empeño por marginar a otros hombres, de creer que se puede manejar a Dios. Que Dios no quiere otra cosa que la vida eterna para todos, que no quiere juzgar, sino salvar. Sólo quienes se empeñen en hacer las obras de las tinieblas, rechazando mis palabras y a mí mismo… quedan condenados. Porque el poder del amor es muy grande, infinito… Pero nada puede con quien se cierra al Amor.
Por eso te digo que nadie puede entrar en el reino de Dios si no nace del Agua y del Espíritu.
¿Es que no oyes la voz del Espíritu que te sopla dentro, como el día de la creación sopló sobre Adán?
¡Claro que oyes su voz!, pero no sabes de dónde viene ni adónde va, y a ti te cuesta dejarte llevar, fiarte, abrirte a lo nuevo. No pareces un «hijo de Abraham», el peregrino de Dios. La amistad de Dios te rodea y ahora te está esperando a ti en medio de tu noche. Y quien te habla es testigo de ello.
Y Pero Nicodemo sigue repitiéndose “¿cómo puede ser?”
Y se aleja a toda prisa, cada vez más envuelto en sus preguntas y sus dudas. Le grito a sus espaldas, mientras se marcha,
que tanto ha amado Dios al mundo que envió a su Hijo para salvarlo…
Pero ya estaba lejos y creo que no me habrá oído. Le veo alejarse, pero queda su voz, y sus mil preguntas vacías, que otras voces repetirán durante siglos:“¿cómo puede ser? ¿cómo puede ser?”.
Yo sé que acabará abriéndose a la luz. Perderá sus miedos y me defenderá ante los Sumos Sacerdotes y pagará de su bolsillo una tumba para mi entierro.
• Rezo por ti al Padre, Nicodemo, rezo por todos vosotros, hombres justos, pero perdidos entre tantas preguntas, pidiendo que os quite el miedo a renacer, que os dé ojos de niño para comenzar de nuevo y que os dejéis sorprender por la ternura de Dios…
Porque el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf a partir de un texto de S. Jacomuzzi
Imagen de José María Morillo