MENSAJE DOMINICAL
SEMILLAS QUE CRECEN
Estas parábolas parecen haber sido presentadas por Jesús ante la sensación de la gente en general, y de los discípulos en particular, de que su misión no responde a las expectativas judías que se tenían con respecto a la llegada del Reino. Una decepción ante la lentitud, la «pobreza de medios», y la pequeñez o discreción de los resultados obtenidos hasta el momento. Como también reflejaría la sensación de desánimo de las primeras comunidades, una vez que Jesús ya no está físicamente con ellos. Es el propio «contenido» del Reino de Dios tal como lo entienden, lo que ha de ser «corregido». Y Jesús echa mano de algunas parábolas. Hoy reflexionamos sobre dos de ellas.
§ «Con el Reino de Dios «sucede» como le «sucede» a un hombre que echa semilla en tierra». El sembrador/hombre podría ser el mismo Jesús, tal como se presenta en otras parábolas. Pero también cualquiera de los discípulos empeñados en continuar la misión de Jesús. Lo primero que se señala es que se echa semilla «en la tierra». El hombre está hecho de tierra, de buena tierra, y ha recibido múltiples semillas. Dios nos ha sembrado, no sólo una vez, sino muchas, como hacen todos los sembradores. Las semillas nos hablan de vida. Hay muchas semillas de vida ya plantadas en mí, y otras que irán llegando y que darán fruto. Los evangelios están llenos de referencias a la vida: Jesús sana, es pan de vida, agua de vida, sacia el hambre de las multitudes, ofrece las claves de la felicidad (bienaventuranzas), multiplica los panes, rehabilita e integra en la comunidad, perdona, etc. La palabra que sale de mis labios no vuelve a mí sin producir efecto. (Isaías 55,10-11). La presencia del Reino en mí y en tantos otros.
Así que lo primero que han de saber sus discípulos es que su tarea principal es sembrar, no cosechar. No deben vivir pendientes de los resultados. No tienen que andar preocupados por la eficacia ni el éxito inmediato. Su atención se centrará en sembrar bien el Evangelio. Los colaboradores de Jesús han de ser sembradores. Nada más. Como dice José Ángel Buesa (1910-1982):
Alza la mano y siembra, con un gesto impaciente,
en el surco, en el viento, en la arena, en el mar…
Sembrar, sembrar, sembrar, infatigablemente:
En mujer, surco o sueño, sembrar, sembrar, sembrar…
Hay que sembrar un árbol, una ansia, un sueño, un hijo.
Porque la vida es eso: ¡Sembrar, sembrar, sembrar!
Por lo tanto, siembra, padre, siembra catequista, siembra profesor, siembra evangelizador, siembra sanitario, siembra cuidador, siembra, seas quien seas, con constancia y con esperanza, aunque tal vez te dé la sensación de que estás sembrando en el asfalto. A veces, cuando menos se espera, la semilla nace, crece y da fruto. Incluso puede ocurrir que no lleguemos a ver el tallo germinado de la semilla. No importa, Dios se encargará de hacer fecundo.
El Espíritu Santo obra como quiere, cuando quiere y donde quiere; nosotros nos entregamos, pero sin pretender ver resultados llamativos. Sólo sabemos que nuestra entrega es necesaria. Aprendamos a descansar en la ternura de los brazos del Padre en medio de la entrega creativa y generosa. Sigamos adelante, démoslo todo, pero dejemos que sea Él quien haga fecundos nuestros esfuerzos como a Él le parezca.» (Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 279).
§ En segundo lugar: LA ESPERANZA Y PACIENCIA. Probablemente lo más duro y necesario de un labrador sea la esperanza. Cuando se siembra es porque se espera la cosecha. Nadie siembra por sembrar, para pasar el rato. Se siembra para crear vida: Toda siembra supone que hay que saber esperar (esperanza) con calma y paciencia.
Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia. Todo eso da vueltas por el mundo como una fuerza de vida. A veces nos parece que nuestra tarea no ha logrado ningún resultado, pero la misión no es un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda; es algo mucho más profundo, que escapa a toda medida. Quizás el Señor toma nuestra entrega para derramar bendiciones en otro lugar del mundo donde nosotros nunca iremos.
(Papa Francisco, Evangelii Gaudium, 279).
En cuanto a la PACIENCIA… pues este relato me parece sugerente. Y como tal os dejo que os sugiera su lectura, sin más comentario.
EL JARDÍN DE SAPO
Rana estaba en su jardín. Se le acercó, de paso, Sapo.
– Rana, qué jardín más bonito tienes -le dijo.
– Sí -respondió Rana-. Es muy bonito, pero tengo que emplear mucho tiempo en cuidarlo.
-Me gustaría tener un jardín -dijo Sapo.
– Aquí tienes algunas semillas de flores. Siémbralas en tu campo, y pronto tendrás un jardín.
– ¿En cuánto tiempo? -preguntó sapo.
– Muy pronto -le respondió Rana.
Sapo corrió a casa, sembró las semillas y pensó: Ahora las semillas empezarán a crecer. Sapo se paseó arriba y abajo unas cuantas veces. Las semillas no empezaban a crecer. Pegó su cabeza a la tierra y dijo con fuerte voz: -¡Venga, semillas, comenzad a crecer!
Se agachó de nuevo hasta el suelo. Las semillas no empezaron a crecer. Sapo puso su cabeza más cerca todavía de la tierra y gritó: – ¡Ahora, semillas, empezad a crecer!
Rana pasaba por el sendero. -¿Qué es todo ese ruido? -preguntó.
– Mis semillas no crecen -se quejó Sapo.
– Naturalmente -dijo Rana-. Déjalas tranquilas durante unos días. Deja que el sol caiga sobre ellas y que reciban la lluvia. Pronto empezarán a crecer tus semillas.
Aquella noche Sapo miró por la ventana.
– Caramba -dijo-. Mis semillas no han empezado a crecer. Deben tener miedo a la oscuridad.
Sapo se fue al jardín llevando unas cuantas velas.
– Les leeré un cuento -dijo-, y así perderán el miedo.
Sapo leyó un largo cuento a sus semillas. Al día siguiente les cantó unas cuantas canciones. Al otro día les leyó unos poemas. Al día siguiente les tocó unas piezas de música.
Sapo miró la tierra. Las semillas seguían sin crecer.
– ¿Qué voy a hacer? ¡Deben ser las semillas más miedosas del mundo!
Entonces, Sapo se sintió muy cansado y se durmió.
– Sapo, Sapo -le dijo Rana-, despierta. ¡Mira el jardín!
Sapo miró su jardín. Unas pequeñas plantas verdes empezaban a asomar de la tierra.
– Al fin -gritó sapo-, ¡mis semillas han dejado de tener miedo a crecer!
– Ahora tú también tendrás un hermoso jardín -le dijo Rana.
– Sí -asintió Sapo, pero Rana, tenias razón. Ha sido un trabajo muy difícil.
ARNOLD LOBEL
§ En tercer lugar: la opción por LO PEQUEÑO. La comunidad cristiana formada por Jesús es de origen muy humilde. Jesús inicia su obra, el pueblo de la Nueva Alianza, con un puñado de pescadores, hombres de pueblo sin poder, sin preparación y sin dinero. La primera comunidad de Jerusalem está compuesta por lo más humilde de la sociedad judía. Lo mismo sucede con las comunidades de Pablo: «Y si no, hermanos, fijaos a quiénes llamó Dios: a los ignorantes, a los plebeyos, a los débiles, a los que no cuentan» (1Cor 1, 26-29). Aquellos diminutos granos de mostaza llegarían a ser con el tiempo árboles con ramas suficientes para que se cobijaran personas de todo el imperio romano.
LAS PEQUEÑAS COSAS
Son cosas chiquitas.
No acaban con la pobreza,
no nos sacan del subdesarrollo,
no socializan los medios de producción y de cambio,
no expropian las cuevas de Alí Babá.
Pero quizá desencadenan la alegría de hacer,
y la traducen en actos.
Y, al fin y al cabo,
actuar sobre la realidad y cambiarla
aunque sea un poquito,
es la única manera de probar
que la realidad es transformable. (Eduardo Galeano)
En momentos cruciales de la vida, Dios puede pedirnos opciones y decisiones drásticas o difíciles. Pero lo más frecuente es que nos pida la siembra de pequeños gestos: un detalle de cordialidad hacia quien vive deprimido, una sonrisa acogedora a quien está solo, un gesto de simpatía o solidaridad hacia quien se siente abandonado o necesitado, la colaboración con un movimiento o grupo humanitario, una afectuosa llamada de teléfono, una alabanza oportuna, una palabra de estímulo… Cuando nacen de lo hondo del corazón, son semillas del Reino que pueden dar mucho fruto, pueden producir estímulo, amistad, fe. Con pequeños esfuerzos se pueden dar grandes alegrías. «Si fuera sacerdote… si tuviera más tiempo… si tuviera autoridad… si estuviera más preparado»… Actuar sobre la realidad y cambiarla aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable. Es cuestión de hacer lo posible.
El reino de Dios no necesita medios espectaculares, sino servidores/sembradores pobres e incondicionales. Jesús empezó sembrando su palabra, pero al final de su vida comprendió que tendría que sembrarse a sí mismo: Si el grano de trigo caído en tierra no muere, permanece él solo; en cambio, si muere, produce mucho fruto (Jn 12, 2-4).
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen superior José María Morillo, e inferior de José Luis Cortés