AMLO no puede dar el cambio que los mexicanos quieren: Shannon O’Neil
La respuesta del mandatario a las marchas del próximo domingo y la convocatoria a un paro de mujeres del próximo lunes muestran que su posición al respecto quizá esté ‘anclada en el pasado’, opina la columnista.
La Ciudad de México se está preparando para probablemente su mayor protesta en años, y se espera que cientos de miles de mujeres llenen las calles el próximo domingo 8 de marzo y luego se queden en casa el lunes, lejos del trabajo, la escuela y la vida pública.
Alcaldes, directores de escuelas, dueños de negocios, celebridades e incluso la primera dama (al menos inicialmente) expresaron su apoyo a la convocatoria. ¿Alguien no está de acuerdo? El presidente Andrés Manuel López Obrador.
López Obrador llegó al poder con la promesa de un cambio. Millones de mexicanos votaron por él con la esperanza de que reduciría la delincuencia, haría frente a la corrupción y mejoraría la vida del mexicano promedio, pero, como lo demuestra su respuesta al movimiento de las mujeres, está atrapado en el pasado, acorralado por viejos comportamientos y obsoletas prescripciones.
A menos que cambie su mentalidad, el mandatario no traerá el cambio que los mexicanos realmente quieren, ni solucionará los enormes problemas de su país.
Todos los días, 10 mujeres son asesinadas en México. Miles más son golpeadas, asaltadas, acosadas y amenazadas. Además, en casi todos los casos no se hace nada. Debido a los horripilantes asesinatos de una mujer de 25 años y una niña de 7, los manifestantes del domingo exigirán que el Gobierno haga algo para abarcar esta violencia y discriminación generalizadas.
La primera reacción de López Obrador fue ignorar el asunto.
«Miren, no quiero que el tema sea nada más el feminicidio, ya está muy claro que se ha manipulado mucho sobre este asunto, en los medios», dijo, girando la conversación hacia una subasta del avión presidencial. Más tarde culpó a las «fuerzas conservadoras» y a los neoliberales por el continuo impulso del movimiento.
Durante mucho tiempo se ha resistido a las campañas de base, por progresiva que sea la causa. En 2004, cuando era jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, medio millón de mexicanos se vistieron de blanco para caminar por Reforma (y llenar los principales bulevares de las ciudades de todo el país), exigiendo justicia y el fin de la violencia. En lugar de unirse, desestimó a los manifestantes nuevamente tildándolos de «derechistas» y se negó a reunirse con los organizadores.
Esta inflexibilidad impregna su acercamiento a la sociedad civil. Terminó la financiación pública para las organizaciones no gubernamentales que administran guarderías, refugios para mujeres y clínicas médicas, y dificultó que las contribuciones privadas a organizaciones sin ánimo de lucro recibieran una deducción de impuestos. Para él, la sociedad civil es solo «un pretexto para el conservadurismo», no una fuente de soluciones innovadoras ni un soporte para la democracia.
El enfoque anticuado y la rigidez de López Obrador obstaculizan las políticas de su Gobierno a una escala más amplia. Su punto de vista de la década de los setenta sobre el sector energético choca con la transformación global de la industria y está redoblando los esfuerzos en combustibles fósiles a pesar que el mundo avanza hacia las energías renovables. Está gastando mucho en refinerías costosas ya que México enfrenta un exceso de capacidad y está limitando la capacidad del sector privado para aportar dinero y los conocimientos necesarios para ayudar al sector energético de México a ponerse al día con el resto del mundo, incluso cuando Petróleos Mexicanos (Pemex), que proporciona a México una quinta parte de sus ingresos, pierde dinero y se hunde más y más en la deuda.
Sus políticas económicas también están orientadas hacia una economía mexicana de un ‘pasado lejano’. Medidas como la cancelación de un aeropuerto de clase mundial (importante para transportar tanto productos como pasajeros), el fin de la agencia de promoción de exportaciones de México para atraer a fábricas internacionales a establecerse en el país y la disminución de la inversión pública en infraestructura logística combinada con la reintroducción de precios mínimos para productos agrícolas y otros subsidios para la agricultura de subsistencia, reflejan un modelo económico divorciado totalmente del rol actual de México como centro mundial de fabricación.
Su incapacidad para adaptarse a las realidades económicas del siglo XXI azota la inversión y el crecimiento económico.
En cuanto a la seguridad, su apego a modelos centralizados ignora las mejores prácticas del extranjero y los exitosos programas piloto en casa que han reducido los niveles de violencia y delincuencia. Su impulso por crear una Guardia Nacional mal concebida ha dejado a la deriva programas prometedores de vigilancia comunitaria en ciudades como Morelia y a las fuerzas policiales locales en general.
A esto se agrega el desvío de esas nuevas fuerzas nacionales hacia la frontera sur de México para detener a los migrantes centroamericanos. Como resultado, México se ha vuelto menos seguro. El año pasado, los homicidios superaron los 35 mil.
La intransigencia de López Obrador está empezando a costarle. El verano pasado perdió a su secretario de Hacienda y en su carta de renuncia se quejaba de que muchos de los subordinados que se le imponían «no sabían nada de finanzas públicas» y estaban más centrados en la ideología que en la buena economía.
Recientemente, el secretario a cargo del proyecto de forestación de su Gobierno para revitalizar el sur de México presentó su renuncia por diferencias internas. Una encuesta reciente de Reforma muestra que en la Ciudad de México, su ‘punto fuerte’ de apoyo, los aspectos negativos del presidente ahora superan los positivos. Otras encuestas con alcance nacional también reflejan un debilitamiento de su popularidad.
La energía tras la marcha de las mujeres ilustra cómo los mexicanos, de muchas clases sociales, quieren cambiar su país para mejor. Para hacerlo, necesitan un presidente que pueda adaptarse, ajustarse y abordar los desafíos actuales. López Obrador aún no ha demostrado que pueda ser ese líder.
*Esta columna no necesariamente refleja la opinión de la junta editorial, de Bloomberg LP y sus dueños. Ni de El Financiero.
*Shannon O’Neil es investigadora de Estudios sobre América Latina en el Consejo de Relaciones Exteriores en Nueva York.