Alejandro Moreno: Dilemas retóricos de la 4T
Hay un largo camino en el lenguaje de la tolerancia, de la libertad, del reconocimiento mutuo, de la inclusión, de la transparencia…
El proyecto de la cuarta transformación ha venido acompañado de un lenguaje propio. En general, se trata de una retórica que busca no solamente incidir en la opinión pública, sino procurar una transformación valorativa más profunda. No sabemos aún su grado de éxito, pero, a reserva de que tratemos de medirlo con encuestas, sirve ir delineando algunos de los elementos retóricos a los que acude la llamada 4T, así como los dilemas que parecen plantear, ya sea consciente o inconscientemente. Aquí algunas reflexiones.
1. Comencemos por la retórica revisionista de los 500 años de la caída de Tenochtitlan. Parecieran cambios cosméticos, pero renombrar la Noche Triste como Noche Victoriosa, o reemplazar “conquista” por “resistencia indígena”, es una perspectiva completamente diferente a la usual. No es la “visión de los vencidos”, para citar a Miguel León Portilla, pero sí una visión de los revisionistas.
A pesar del giro positivo, de la consideración a los pueblos originarios, la opinión pública en la Ciudad de México no recibió los cambios con entusiasmo. Una encuesta de El Financiero publicada el pasado 13 de agosto mostró una mayoría de 54 por ciento en desacuerdo con el cambio al célebre árbol en Tacuba donde dicen que lloró Cortés. Ese desacuerdo refleja una tendencia natural de las sociedades a apegarse a la tradición. Y las tradiciones suelen ser poco flexibles.
Eso nos lleva a preguntarnos si este tipo de cambios por parte de un gobierno en turno permearán o no, y si son el producto de una discusión y deliberación pública o si reflejan un intento por imponer una perspectiva diferente, pero “desde arriba”. Aquí algunos dilemas para la retórica de la 4T: ¿respetar tradiciones o cambiarlas? ¿Deliberar y llegar a acuerdos o imponer nuevas perspectivas?
2. Un segundo recurso retórico lo emplea a menudo el ciudadano Presidente. Para diferenciarse de la clase política, de los gobiernos anteriores, de la corrupción y de otros vicios, López Obrador suele decir que “no somos iguales”. La frase contiene un significado diferenciador por naturaleza, y el ciudadano Presidente lo emplea con jovialidad. No he visto conteos recientes de sus frases favoritas, pero tengo la impresión de que es una de las que más utiliza de su diverso repertorio.
Con la frase “no somos iguales” el ciudadano Presidente se busca ubicar a sí mismo en un plano de superioridad moral. Pero el problema de esa frase tan pegajosa es que uno de los grandes retos de la democracia mexicana está en inculcar el principio de igualdad entre los ciudadanos, el principio de igualdad política.
En su reciente libro, Democracy Rules (FSG 2021), Jan-Werner Müller nos recuerda lo central que es el principio de igualdad en la democracia. Al repetir constantemente que “no somos iguales”, el ciudadano Presidente envía sin querer a la opinión pública un mensaje de desigualdad, un mensaje de superioridad moral, un mensaje de asimetrías sociales. La democracia mexicana necesita fortalecer, no debilitar, su noción de igualdad política. El mensaje de “no somos iguales”, sin querer, va en el sentido contrario. El dilema es: ¿igualar o segregar?
3. El tercer y último elemento retórico que pongo a su consideración es el giro argumentativo en torno a la consulta popular para darle luz verde o luz roja al ciudadano Presidente. Se planteó de origen como una consulta de revocación de mandato, pero ahora el liderazgo de Morena se refiere a ésta como la consulta de ratificación de mandato. El spin o giro argumentativo cambia la intención original señalada en la Constitución (relativa a la pérdida de confianza en el gobierno), y atenta contra el propósito de darle a la ciudadanía el poder de quitar un gobierno en el cual ha perdido la confianza. En el fondo, hay que decirlo, una revocación de mandato es una medida de empoderamiento ciudadano. Una ratificación de mandato es, por el contrario, un empoderamiento del liderazgo. El dilema es muy claro: ¿a quién debe empoderar más nuestra democracia, al liderazgo o a la ciudadanía?
Estos tres elementos retóricos son apenas una pequeña muestra de la plétora de recursos discursivos a los que estamos expuestos hoy en día. Si deseamos ver fortalecida nuestra democracia no sólo en sus bases institucionales, sino en los valores, principios y prácticas que la rigen debemos conversar sobre nuestro lenguaje democrático. Y vaya que hay un largo camino en el lenguaje de la tolerancia, de la libertad, del reconocimiento mutuo, de la inclusión, de la transparencia… Hay ahí mucho qué revisar. Queden por el momento estos tres aspectos para ir abonando.