MENSAJE DOMINICAL
Pbro. Vicente Girarte Martínez
DISCERNIR EL REINO DE DIOS
La Escritura nos cuenta que Dios a veces se sirve de los «sueños» para ponerse en contacto con las personas. Es el caso del joven Salomón: «Pídeme lo que deseas que te dé».
Si a mí me ofreciese Dios algo así, no sé muy bien lo que le pediría. No sé si para mí o para otros: capacidad para poner en marcha una empresa exitosa, encontrar una pareja que merezca le pena, inteligencia para obtener buenas titulaciones académicas… ¡qué sé yo! Acabar con el hambre en el mundo, capacidad para sanar tantas enfermedades, habilidad para consolar tantos sufrimientos y curar tantas heridas del corazón… Lo que cada uno llega a ser depende radicalmente de las elecciones que haga. Porque lo que elige lo va convirtiendo en un tipo concreto de persona.
El joven Salomón, consciente de su poquedad y de las responsabilidades que le esperan, pendiente de las personas a las que debe guiar y atender… pide «un corazón atento para juzgar (hacer justicia) a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal». Y Dios le concede «un corazón sabio e inteligente».
Cada palabra es importante. Y la suya es una oración conveniente y necesaria para todos los bautizados, porque todos (cada cual según su vocación) tenemos la tarea de cuidar de «inmenso» pueblo de Dios (la Iglesia, pero no sólo: el pueblo de Dios es también la humanidad). Un corazón «atento», que sepa hacer «justicia» (era ésta una tarea especialmente querida por Dios para sus reyes), y «discernir» el bien del mal.
Del discernimiento se ha ocupado repetidamente el Papa Francisco , porque seguramente es una urgencia hoy en el mundo y en la Iglesia: son dones del Espíritu: sabiduría y discernimiento. Tomo algunas ideas de su exhortación apostólica Gaudete et Exsultate (167-169):
Hoy día, el hábito del discernimiento se ha vuelto particularmente necesario. Porque la vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y de distracción, y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento.
Cuando aparece una novedad en la propia vida, hay que discernir si es el vino nuevo que viene de Dios o es una novedad engañosa del espíritu del mundo o del espíritu del diablo. En otras ocasiones las fuerzas del mal nos inducen a no cambiar, a dejar las cosas como están, a optar por el inmovilismo o la rigidez. Entonces impedimos que actúe el soplo del Espíritu. Somos libres, con la libertad de Jesucristo, pero él nos llama a examinar lo que hay dentro de nosotros -deseos, angustias, temores, búsquedas- y lo que sucede fuera de nosotros -los «signos de los tiempos»- para reconocer los caminos de la libertad plena: «Examinadlo todo; quedaos con lo bueno» (1 Ts 5,21).
El discernimiento no solo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o cuando hay que tomar una decisión crucial. Es un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar las inspiraciones del Señor, para no dejar pasar su invitación a crecer.
El discernimiento espiritual no excluye los aportes de sabidurías humanas, existenciales, psicológicas, sociológicas o morales. Pero las trasciende. Ni siquiera le bastan las sabias normas de la Iglesia. Recordemos siempre que el discernimiento es una gracia. Se trata de entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno y que se realiza en medio de los más variados contextos y límites. No está en juego solo un bienestar temporal, ni la satisfacción de hacer algo útil, ni siquiera el deseo de tener la conciencia tranquila. Está en juego el sentido de mi vida ante el Padre que me conoce y me ama, el verdadero para qué de mi existencia que nadie conoce mejor que él. El discernimiento, en definitiva, conduce a la fuente misma de la vida que no muere, es decir, conocer al Padre, el único Dios verdadero, y al que ha enviado: Jesucristo (cf. Jn 17,3). No requiere de capacidades especiales ni está reservado a los más inteligentes o instruidos, y el Padre se manifiesta con gusto a los humildes (cf. Mt 11,25).
Me parece suficiente apuntar estas claves… que darían de sí para una más larga reflexión y comentario. Cada cual vea la conveniencia y el modo de hacerlo. Sí que importa que caigamos en la cuenta de la relevancia de las elecciones (u omisiones) que vamos haciendo en nuestro seguimiento del Señor, en la búsqueda de su voluntad. Lo que voy eligiendo me va «haciendo» o me va «alejando» de lo que estoy llamado a ser.
Podemos enlazar aquí con el contenido del Evangelio. En él encontramos a alguien que tiene que discernir qué hacer cuando encuentra «por casualidad» un tesoro en un campo. Un comerciante que, «buscando» perlas finas, encuentra una especialmente valiosa. Y unos pescadores que, después de echar la red, tienen que «discernir» entre los peces buenos y los malos. Sirven a Jesús estos ejemplos para seguir hablando del Reino:
§ El Reino de Dios o de los cielos es «aquello que pertenece a Dios» y que se nos propone como proyecto, como sentido, como objetivo para nuestra existencia. Es todo un «contenedor» de valores que nos vienen de Dios… para que vayamos discerniendo y construyendo el andamio de nuestra vida personal y de nuestra sociedad aquí en la tierra.
§ El Reino de Dios significa cómo son las cosas cuando Dios anda por medio, cómo son las personas cuando se dejan hacer y guiar por Dios. Es decir: cómo es el mundo cuando nada se opone a la voluntad de Dios. Por eso podemos identificar perfectamente el Reino con la persona de Jesús: alguien que es pura voluntad y obediencia al Padre.
§ O sea que hablar del Reino es lo mismo que hablar de la «felicidad profunda» a la que aspira cualquier ser humano, y que Dios mismo ha tomado como su primera ocupación y su principal empeño y objetivo. Y nos importa mucho conocer cómo es ese Reino de Dios, cómo es ese proyecto de Dios, cómo puedo encontrarme con el Dios que me busca y se preocupa por mi plenitud/felicidad aquí, y también después. ¡Esto sí que es un tesoro, o una perla preciosa!
Algunos apuntes y criterios para ir discerniendo el Reino: «Todo lo estimo basura, con tal de conocer a Cristo y el poder de su resurrección» «A los que aman a Dios todo les sirve para el bien». «Hemos sido predestinados a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito entre muchos hermanos» (San Pablo). Para conseguir el tesoro o la perla especial… hay que deshacerse, renunciar, prescindir: sólo puedo «comprar» si me deshago de lo que tengo (y que vale menos). Y que lo que encuentro tan valioso… y me hace renunciar a todo… no lo vivo como una renuncia, pues, me llena de alegría, precisamente porque es lo más valioso.
Para terminar, me permito recoger unas afirmaciones de Fernando Cordero, sscc, sobre esas ocasiones en que nos encontramos por sorpresa con el Reino presente, invitándonos a reconocer y encontrar tantas más: hay tanto reino escondido por esos campos de Dios… incluido el campo que yo soy…
“El reino de los cielos se parece a aquel enfermo que, en medio de la crisis del Covid-19, llenó de esperanza a todos los que tenía a su alrededor”.
“El reino de los cielos se parece a aquella madre que saca adelante a sus hijos ella sola”.
“El reino de los cielos se parece a aquella misionera que, a pesar de sus años, atiende como enfermera a las personas de un poblado de África”.
“El reino de los cielos se parece a aquella empresaria generosa que actúa más con el corazón que con los criterios de la empresa”.
“El reino de los cielos se parece a aquel dibujante que, cuando la pandemia azotaba a la población, él seguía repartiendo esperanza y alegría”.
“El reino de los cielos se parece a aquella mujer que busca encontrar unos días para irse de retiro”.
“El reino de los cielos se parece a aquel matrimonio que comparte su estupendo ático para que otros puedan ver las vistas desde su casa”.
“El reino de los cielos se parece a tantos capellanes que, a pesar del riesgo de contagio, no dejaron a un lado a los enfermos de Covid-19”.
Y ahora, seguid, vosotros…