MENSAJE DOMINICAL

Pbro. Vicente Girarte Martínez

UNA LECCIÓN PARA ELÍAS Y OTRA PARA PEDRO

En esta ocasión vamos a fijarnos especialmente en la primera lectura. Se trata de un fragmento de una escena que conviene situar. El pueblo de Dios, con la reina Jezabel a la cabeza, está abandonando la fe y asumiendo costumbres, morales y religiones paganas. El profeta Elías se siente «defensor de Dios» (extraña obsesión que tantos males ha traído a nuestra civilización y a la misma Iglesia a lo largo de la historia. ¡Defensores de Dios!) y de la religión/culto (tal como Elías la entiende y cree que se debe practicar). Y para ello, no se anda con diplomacias: ha empezado por cortar el cuello (literalmente) a unos cuantos sacerdotes paganos. Para después intentar servirse del poder de Dios, y en su nombre demostrar quién es el Dios verdadero, con la intención de que el pueblo regrese a la fe verdadera. ¿Y cómo lo hace?

• Primero monta un altar enorme, se busca unos cuantos animales, y «ordena» a Dios que mande un rayo del cielo y lo queme todo. Y así ocurrirá.

• Se burla de los rezos y ritos paganos -que no sirven para nada, porque su Dios no existe- contraponiendo los suyos. A la vez, como profeta, asume todo el protagonismo, ya que consigue que Dios se ponga a su servicio y le obedezca. A esta pretensión la podemos llamar propiamente «magia»: manejar a Dios para que me sea favorable, mediante alguna fórmula ritual. Pero resulta que la oración verdadera debiera más bien ocuparse en preguntar, y discernir lo que espera Dios de nosotros en circunstancias concretas. Esto no parece haberlo hecho Elías.

•  Por otro lado, el profeta intenta que sus gentes vuelvan a la fe a base de milagros y fenómenos espectaculares. En esto no se diferencia nada de sus oponentes paganos. Ellos también procuran mostrar a un «Dios de lo espectacular», de lo milagroso, de lo llamativo… Pero el Dios de Israel no está de acuerdo con estos «recursos» del profeta: ni la violencia, ni los milagros espectaculares, ni las «demostraciones» sobre quién es el auténtico Dios.

•  Y después de toda aquella puesta en escena, el resultado no es el que Elías esperaba. Al contrario: recibe la incomprensión y el rechazo de sus hermanos, y termina dejándose llevar por la cólera, los insultos… y acaba teniendo que huir para salvar su vida. Solo. Tremendamente solo y dolido.

¿En qué se parece esta historia de hace tantos siglos a nuestra realidad de hoy?

~ También hoy parece que muchos hermanos se están pasando a otros cultos (o a ninguno), a otros estilos de vida, a otros criterios morales y valores, encarnados en distintos personajes famosillos que no se llaman «Jezabel», pero tampoco hace falta que digamos sus nombres. Y nosotros a veces, para «defender» lo nuestro (nuestra verdad) y demostrarles su error, caemos en la tentación de retarles, burlarnos de ellos, atacarlos, hacer notar la fuerza de los números…

~  Y nos parecemos a Elías en la idea que tenemos de un Dios todopoderoso, capaz de resolver nuestros problemas en la tierra, al que podríamos convencer para que nos ayude a base de rezos, ritos, sacrificios… Estos días terribles estamos viendo algunos intentos de esto que describo. Pero si Dios es amor, y se preocupa por el hombre y quiere siempre y en todo nuestro bien… no sería necesario convencerle de nada, ni intentar influir sobre él para que nos ayude. Ya nos ha dicho Jesús: «no seáis charlatanes como los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe lo que necesitáis….». Tendremos que aprender de Él a buscar su voluntad en los momentos más duros (como en Getsemaní o en la cruz) y a contar con sus fuerzas (Dios no niega su Espíritu/fuerza/Luz a quienes se lo piden) y salir adelante del mejor modo posible. Sin huir ni dejar solos a quienes nos necesitan más que nunca. Sin hundirnos ni ahogarnos en la tormenta que amenaza nuestra barca.

 Y DIOS TUVO QUE DAR UNA LECCIÓN A SU PROFETA

En el Monte Horeb/Sinaí, derrumbado y agotado, Dios sale al encuentro de Elías y le invita a comer para reparar las fuerzas. Sin la Comida de Dios, es imposible que veamos con serenidad nuestras circunstancias. Elías desea morir. Pero no: se trata de revisar todo lo que ha venido haciendo, con muy buena intención -¡seguro!-, pero con muy poco acierto.  Sin el Pan y la Palabra de Dios… nos derrumbamos.

A continuación Dios le hace entender que no le gustan los milagros, ni lo espectacular (el viento, el fuego, el terremoto, el huracán…). Dios no quiere imponerse por la fuerza ni por la violencia, ni enfrentándose.  Lo de Dios es el susurro, el silencio, la calma, la brisa suave. Justo ahí es cuando puede percibir la voz de Dios: «¿Qué haces aquí, Elías?» ¿Cómo te has metido en este lío? Mira dónde te llevan tus proyectos. Eran tuyos, no míos. ¿Quién te ha mandado «defenderme»? ¿Por qué te empeñas en plantarle cara a la reina Jezabel? ¿Por qué te burlas de los que no piensan como tú?

«VUELVE»… Da marcha atrás… y cambia de estrategia. Lo que yo quiero de ti es que sostengas,  apoyes, acompañes, estés cerca de los que todavía permanecen fieles al Señor y a su Alianza. Son siete mil: un número grande de hermanos que todavía permanecen fieles, sin «doblar las rodillas». Y ellos necesitan tu presencia, tu acompañamiento, tu ánimo… ahí es donde te quiero.

Dios es el que nos dice lo que tenemos que hacer y no al revés. A Elías le faltaba la calma, la escucha, el silencio, frenar su impulsividad. Y discernir los caminos de Dios. Que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Ayudados por el Pan y la Palabra.

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