EL MAESTRO QUE CONVIRTIÓ EL DESARME DE ARMAS NUCLEARES EN UNA LECCIÓN DE PAZ

Sandra Delgado / Frank Medina
Benjamín Ruiz, de la FQ de la UNAM, fue el primer mexicano en inspeccionar dicho proceso de desmantelamiento en IrakAl sobrevivir a un accidente que mató a un compañero, decidió convertir esa experiencia en una misión educativa y así nació, en 2011, Ciencia para la Paz, un programa de servicio social que ha formado a más de 100 estudiantes en ética, derechos humanos y prevención de riesgos químicos
El químico puma Benjamín Ruiz Loyola tenía nueve años cuando tomó un frasco de laboratorio con ácido nítrico concentrado, el cual le quemó el rostro. Ese percance, recuerda entre risas y nostalgia, fue el inicio de una vida marcada por la ciencia, los riesgos y una convicción: la de usar el conocimiento para construir, no para destruir.
“Los accidentes han sido parte de mi vida. El primero me condujo a la química, el segundo me puso en la ruta de los materiales peligrosos y el tercero, cuando escribía mi tesis de licenciatura, me acercó al estudio de las armas químicas, algo que en México no se acostumbra”, comenta. Décadas después, esa curiosidad lo llevó aún más lejos: hasta a Irak.
Y es que, en 2003, él junto con José Luz González Chávez, académico de la Facultad de Química (FQ) de la UNAM, fueron los dos únicos mexicanos que participaron como inspectores internacionales en el desarme químico de dicho país asiático, bajo la bandera de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), como parte de una misión en la que debían verificar la destrucción de armas de guerra.
En su libro Ciencia para la paz, en el capítulo “Un mexicano en Irak”, Benjamín Ruiz relata cómo su interés por los conflictos internacionales y el uso de armas químicas durante la Guerra del Golfo lo llevó, años después, a ser convocado por la ONU.
Tras seguir de cerca la llamada operación Tormenta del Desierto y recopilar información que luego utilizó en su labor académica y de divulgación, recibió una llamada inesperada en 2002 del entonces secretario de Servicios a la Comunidad Universitaria de la UNAM, quien le propuso colaborar como inspector en Irak, a lo que el universitario respondió con sorpresa, “¿y dónde firmo?”.

Aunque al inicio no tuvo noticias, finalmente –y como “regalo de reyes”– llegó a su correo electrónico una invitación oficial firmada por Hans Blix, jefe de la Comisión de Monitoreo, Verificación e Inspección de la ONU, para integrarse a un curso de formación de inspectores en Austria.
“Fui el 13 de diciembre de 2002, a Viena. Entre enero y febrero de 2003 nos seleccionaron a 10 de entre 59 científicos provenientes de 22 países y, de ellos, sólo dos éramos mexicanos; yo fui el primer elegido. Mi labor consistió en colocar equipos para monitorear la actividad industrial en lugares con interés particular, por ejemplo, una fábrica de pesticidas”.

En su papel de inspector, Benjamín Ruiz formaba parte del grupo de químicos encargados de revisar instalaciones industriales y materiales sospechosos. Cada domingo, el jefe del equipo asignaba las tareas semanales, pero un martes el coordinador decidió intercambiar sus misiones con las de otra persona y ello le dio un giro radical a su destino.
“Cambiamos de lugar. Me quedé para ir a una reunión y mi compañero se fue con un grupo de inspección. Hubo un accidente y murió. Eso me duele, yo debí haber estado en su sitio. Desde entonces vivo gratis; fueron tres semanas de trabajo intenso”, relata con voz entrecortada. Ese episodio transformó su visión sobre la responsabilidad científica.
Meses después de la invasión a Irak, las armas que justificaron la intervención nunca fueron halladas. Pero como Benjamín Ruiz narra en su libro, la labor de los equipos de inspección fue intensa, profesional y pacífica, una experiencia que demuestra cómo la ciencia puede ser un instrumento para evitar la guerra y promover la cooperación internacional.
Ciencia para la Paz
Al regresar a México, decidió convertir esa experiencia dolorosa en una lección de vida. Así, en 2011, nació el programa de servicio social Ciencia para la Paz, que coordina en la FQ de la UNAM y en el que estudiantes de Química, Derecho y Ciencias Políticas aprenden a vincular la ciencia con los derechos humanos, la cultura de paz y la ética.
“La paz no implica sólo la ausencia de un estado de conflicto bélico declarado, va más allá. Tiene que ver con darles a todos lo que merecen y necesitan para ser verdaderos seres humanos. No puede haber paz si hay gente sin educación, agua o comida. La ciencia debe resolver eso”.
Así, más de 100 estudiantes universitarios (casi 12 por año) han formado parte de esta iniciativa que, más que estudiar armas químicas, promueve el pensamiento crítico y la comprensión de cómo el conocimiento puede prevenir la violencia. Ruiz Loyola insiste en que “todo lo que disfrutamos es producto de la ciencia bien llevada, y todo lo que nos hace sufrir, de la ciencia mal aplicada. La ciencia puede usarse para la paz”.
El motivo principal de Ciencia para la Paz es desarrollar investigaciones que motiven el buen uso de la actividad científica; estudiar formas en que profesionales de las carreras de la FQ u otras afines coadyuven a lograr la paz internacional, y conocer los principales tratados de desarme y las consecuencias de su aplicación en su campo profesional.

“La curiosidad es lo que mejor funciona. Este programa es un puente entre la investigación científica, la responsabilidad social universitaria y la cultura de paz. Así, las y los jóvenes que se suman al programa cumplen con su servicio social al tiempo que adquieren una visión del conocimiento científico que trasciende el laboratorio y se vincula con los retos de nuestra era”, indica.
Hoy, el académico sigue convencido de que el país necesita jóvenes curiosos, informados y comprometidos. “Los científicos tenemos una enorme responsabilidad: divulgar la ciencia, acercarla a la gente y hacerla entendible. Sin ella no vamos a ningún lado”, dice mientras sonríe, rodeado de alumnos y alumnas y con una lata de soda en la mano.
Su historia muestra que incluso entre laboratorios, explosivos y guerras, la ciencia puede ser un acto profundo para la construcción de paz.
Para más información sobre Ciencia para la Paz, escribe un correo a: serviciosocialfq@gmail.com.
Ciencia, paz y desarrollo
Bajo la misma convicción, la ONU destaca que la ciencia es una de las herramientas más poderosas creadas por el humano para comprender su entorno y mejorar la vida en el planeta. Sus avances son esenciales para enfrentar los desafíos económicos, sociales y ambientales del presente, y desempeñan un papel clave en la construcción de la paz al impulsar la cooperación internacional y el desarrollo sostenible.
Por ello, en el marco del Día Mundial de la Ciencia para la Paz y el Desarrollo (conmemorado cada 10 de noviembre), la UNESCO busca acercar la investigación científica a la sociedad y fomentar una mayor comprensión sobre la fragilidad del planeta. Ese esfuerzo también pretende inspirar vocaciones científicas y dotar a la ciudadanía de herramientas para tomar decisiones informadas.
La ONU subraya que el concepto “ciencia abierta” es esencial para lograr esos objetivos, pues promueve el libre acceso a los datos, resultados y conocimientos científicos. Este movimiento internacional busca reducir las brechas entre países y regiones en materia de ciencia, tecnología e innovación, para fomentar la colaboración y acelerar los descubrimientos. Para la UNESCO, avanzar hacia una ciencia abierta e inclusiva impulsa el cumplimiento de los objetivos de desarrollo sostenible y fortalece la construcción de una cultura de paz, basada en el diálogo, la cooperación y el acceso equitativo al conocimiento como bien común de la humanidad.